EL ZOCO CHICO por Carlos Galea
Puerta monumental árabe hispana de la medina antes amurallada, se entra por una estrecha calle repleta de gente abigarrada. Mujeres con mantas y caras veladas, hombres con chilaba, rojo casquete, otros con turbantes, con ropa europea, viejos judíos con faja y bonete. Montañesas de la kabila del Sahel con sus sombreros de paja y borlones, llevan faldas rojiblancas a rayas, y las polainas de cueros marrones. Se desemboca en una amplia calle que llega al portal de la Alcazaba, con una arquería a cada lado, de gastados pedruscos la calzada. Diminutos comercios bajos los arcos con el mostrador cubriendo la entrada, y el vendedor sentado encima, sobre un cojín las piernas cruzadas. Sin la necesidad de desplazarse, vende artículos que tiene al lado: zapatos, correas, babuchas, caftanes, jarrones de cobre o latón cincelado. Bonitas teteras de falsa plata, azúcar de pilones, té y café, velas quinqués, cerillas, mecheros, las especias orientales a granel. El queso fresco sobre una palma, manteca rancia en potes esmaltados. la tortilla de harina de garbanzo, y los buñuelos de viento ensartados. Pinchos morunos de carne picada, los desnudos mejillones cocidos, las tortitas de harina porosas, habas con sal y cominos molidos. ¡¡¡Yaban kulubán!!! Vocea alto el vendedor ambulante paseando un pastoso caramelo fundido sobre una caña, y espanta las moscas con el pañuelo. Fuera de la arquería, en aceras que bordean la calzada de adoquines, se instalan numerosos vendedores de objetos dispares de mil confines. Cafeteras doradas o plateadas, vasos y platos, vestidos usados viejos cuadros y muebles antiguos, llaves, cadenas, cerrojos, candados. Sobre mesitas con blancos manteles, tortas salidas del horno recientes, invita a comprarlas a los que pasan su buen olor, que domina el ambiente. Campesinos que ofrecen los productos traídos con sus borricos a la ciudad, los colocan en el suelo apilados, pregonando a gritos su gran calidad. Naranjas muy ácidas de piel fina, pepinos, calabazas, grandes melones, verduras de un sabor penetrante, higos chumbos por pequeños montones. La palmicha –dátil del palmito- moras, madroños en cestas de caña, los níscalos y otras setas del pino recogidos en bosques de la montaña. En un estrecho callejón adyacente, que ofrece sombra y frescura, salitrosos pescadores de caña exponen en los cestos sus capturas. Muestran al pasante su gran variedad de pescados: doradas, sargos, corvinas, ricas angulas de pesca furtiva, zalemas, lisas, congrios y lubinas. Se oculta el sol en el horizonte, se enciende el cielo de nubes rosas, el canto del almuecín llama al rezo, los vendedores recogen sus cosas. CARLOS GALEA |